jueves, 17 de noviembre de 2011

Lo que le cuesta a Serafín











Los caracoles son los únicos bichillos que he salvado, a decenas. Incluso ahora, con 30 años, poniéndolos en el arbusto más cercano y tardando en llegar a casa porque la idea de dejar alguno a merced de un pisotón me pone mala...

Me encantaban de niña y me encantan ahora. Se toman la vida como tiene que ser, con tranquilidad. Pasan por ella de forma silenciosa, sin hacer ruido ni molestar. Por eso quería dedicarle esta entrada a Serafín, que no es un caracol muy bonito, pero me gusta. Porque lo he hecho con la misma ilusión con la que los observaba de peque.

Y porque pensando en el tiempo, en su paso y en todo lo que dejamos atrás al querer vivir la vida con tanta intensidad, perdemos al mismo tiempo gran parte de la sana costumbre de disfrutar de todas las pequeñas cosas que ya no vemos pero que siguen ahí acompañándonos.

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